domingo, 2 de diciembre de 2012




Llegué a este valle solitario
buscando sentimientos de otro mundo.
Desde lejos, el paso de piedra labrada
apunta adonde se allegan algunas nubes blancas.
Resuena de vez en cuando por el bosque
el hacha del leñador.
Este monje en la abertura del valle
es un amigo cuyo nombre se me escapa.
Por el estanque navega una joven luna,
cruzando el reflejo del cielo.
Arriba, un camino nebuloso de estrellas
se levanta hasta la suavidad del cielo.
¿Quién sino un cristiano residiría
tan por encima?
Se oye de la cumbre con rayos de luna
el dulce tañido de la campana de piedra.

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